En el 2016, 53 mujeres fueron asesinadas por sus maridos u
novios en España.
Cincuenta y tres.
De las maltratadas, las que sufren en silencio golpes,
menosprecios y demás virtudes de manos de los cobardes que se las dan de
"hombres", no hay estadísticas fiables, pero serán muchas viendo las
particularidades de la generación de bien preparados que pululan entre nuestros
conciudadanos.
Poniendo los números en perspectiva, cincuenta y tres es un
número menor comparado con las cifras que presentan los países en los que se
refleja el soñado estilo de vida del españolito afín a la corriente modernilla,
de mierda. El norte utópico, con su laicismo ilustrado y el multiculturalismo
welcome, el todopoderoso Estado eutanásico y los superventas literarios
pródigos en el género neutro de la anti-heroína punk.
Y es en el momento exacto en el que te sientas a escribir
cuatro líneas con intención de desentrañar la razón de la encierran los datos, tras
leer varios artículos, ver un par de gráficos y pensar un poco qué quieres
decir y cómo vas a hacerlo para que se entienda bien... en ese instante, decía,
es cuando un soplo de la providencia te acerca un retal de periódico en el que
aparece la sabia -la progr(h)ez siempre adelantada a su tiempo- diciendo que los valores tradicionales, el matrimonio
cristiano y la ideología conservadora... encarnada en el PP (y Franco, olvidó
recalcar)... son la raíz primigenia de la violencia, y, apabullado por la
profundidad del gaznate del que brotó tamaño regurgito, opto por cruzarme de
brazos, encenderme un pitillo y al que Dios se la de, que San Pedro se la
bendiga.
Sea en familia, o en tribu.
Sea en familia, o en tribu.
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