Ayer se celebró el Aberri Eguna, y a pesar de no tener
nociones de vascuence -ni malditas las ganas-, sé por alguna traducción
clandestina hallada en diarios dominicales que el palabro significaría "día
de la patria de los vascos y las vascas y los vascus de género neutro",
que de todo hay en la viña del señor, y si el gran patter es prócer de la santa
madre iglesia peneuvera, más, que para eso son chulos en grado supino, fuertes
rompe-troncos, sabios nobelados y de autóctono Rh negativo endogámico.
Enfrascado en mis meditaciones a un dios menor -a años luz
del Yahvé con txapela-, apenas pude escuchar palabra del pregón de la montaña
orado por el cardenal del invento, allí en la cima de su colina, frente a los
feligreses convenientemente protegidos del Sol mediante sus boinas paelleras,
pero sí que entreví, intercalando cucharadas de garbanzos con bocados de bacalao en salazón,
cómo izaban la copia bastarda de la pérfida Union Jack con carita compungida,
sollozando la tonada de alguna neonata canción patriótica, al tiempo que
arengaba a las masas ensalzando la memoria de los archiconocidos en el mundo
entero "gudaris" de la patria de los vascos, vascas y vascus.
Profusión de aplausos, varios vítores, loas a la memoria de
tan ilustre soldadesca, vasos de plástico con chacolí para todos, palmadita en
la espalda y "qué guapos somos y qué culito tenemos".
Como iba diciendo, apenas forcé el sentido del oído -y menos
el de la vista-, pero me pareció distinguir que el orador no era el famoso carnicero
de Mondragón, capitán general de la tropa euskaldún, galardonado, tras el
asesinato de más de una docena de enemigos del pueblo vasco, vasca
y vascu, con la estrella de la muerte con distintivo Parabellum cruzado por
aspas de roble de Guernica. Tampoco creí ver en el púlpito de orates a los
hacedores de la paz, a los artesanos del amor o a las rameras del destape/desarme, supongo que debido a la
ausencia de sus amigos periodistas progresistas blanqueadores de sepulcros, para quienes ayer era un mal día, jornada
de arduo trabajo, vigilia de la sempiterna batalla por la separación
iglesia-estado (español, se sobreentiende).
Fue una ocasión perdida, monos...
... porque habría estado bien que el chico de la gasolina de
Mondragón, el sacudidor de nueces a sueldo del mastercheff jesuita, subiera al estrado
del nacionalismo euskaldún a obsequiarnos con la epopeya de su lucha armada
contra los gorrinos maketos. Las lágrimas, la emoción, el bebé vasco, y vasca,
y vascu asombrado ante sus palabras gallardas, valientes... Habría sido magnífico
escuchar, de viva voz, el relato de uno de los endiosados "gudaris",
y no el sermón de un clérigo de la retaguardia, un advenedizo de la democracia
del pacto de Estella. Sentir por boca de uno de sus protagonistas el épico
relato de la lucha armada, la valentía de la bomba lapa o el tiro por la
espalda, en la nuca, por no hablar del entusiasmo con el que las masas habrían
recibido esas órdenes secretas del Alto Mando por las cuales, llegado el momento de la funesta claudicación, el famoso
"gudari" debía encomendarse a su santísimo patrón: la denuncia de
torturas y el muñeco de barro en el pantalón, heces rápidas y violentas, micción
euskaldún, los culitos finos del nacionalismo también lloran lágrimas negras, vísceras
de cobardía.
Habría sido esclarecedor.
Tanto como sacar a la palestra a los héroes de Santoña.
Lecciones de muertos y muerte en un día de resurrección histórica.
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