Ya te lo decía tu madre, progenitor A: «No debes
preocuparte, cariño; el amor, tarde más o tarde menos, acabará llamando a tu
puerta».
Como en tantas otras ocasiones, no se equivocaba. Nunca lo
hizo a la hora de darte un consejo. Para eso las moldeó sabias el hombre
moderno, criatura.
Al crecer te pusiste a disfrutar la vida tuya, sin
filosofías, tranquilo... algún día llegará... degustando el néctar de
las florecillas silvestres, fanfarroneando con los amigos de la infancia, echando
el humo de tu cigarro a la cara de la Luna.
Una noche dispersa, sin embargo, al otro lado de la pista de
baile, pintarrajeada de un modo diferente a como solía hacerlo cuando os veíais
en la clase de antropología en la universidad, lo viste... con su pelo
brillante, las formas prietas, esos labios carnosos... y una voz conocida volvió
a resonar, huída de un letargo involuntario.
El día señalado había llegado.
Nada volvió a ser igual. Todo supo distinto. La cerveza, los
amaneceres frente al mar, el sol achicharrando las pupilas durante una vuelta a
casa por carretera. Sin... sin... sin el progenitor B todo se convirtió en
banalidad, dilo. En la cola del cine, brincando en los conciertos de fiesta
mayor del pueblo, mientras comías pipas tragándote la última de Harry Potter;
sin él, sin escuchar su forma de reír, cómose mesaba el pelo con su dulce mano,
todo perdía esa fuerza magnética que dominó tu juventud, ahora repudiada.
Al caer la noche, en la calita secreta donde llevabas a tus
embriagadas conquistas de ayer, junto al progenitor B, tumbados sobre la arena
fresca, lanzarás versos a la Luna.
Versos y besitos de enamorado, progenitor A.
Enamorado que no come el solomillo reducido del hígado del
cerdo, que no fía de beber vino, alejado del aroma de un aliño de liar, que
viste de pitiminí todos los días incluyendo el domingo, calcado a los modelos
de las revistas de corte y confección con las que se entretiene la mancha
humana en la sala de espera de la peluquería.
¿Chapa o pintura, qué querrá usted, criatura?
Como te decía no hace tanto tu madre, sobran las
preocupaciones.
Es hora de degustar la vida tuya. Sorberla hasta el tuétano,
sí, pero en compañía de tu otra mitad, tu medio limón que no amarga, el que te
coge de la mano durante los mesiversarios, de camino al hotel de la gran
ciudad a la que os habéis escapado este fin de semana, tortolitos del amor
moderno; y ahora se aferra a tu brazo, te mira con esos ojos que se hunden en
el infinito, tú te zambulles en ellos... te amo, progenitor A; te amo,
progenitor B... y selláis el gran pacto con un beso, envidia de los transeúntes
que se cruzan con la pareja de tortolitos.
Encadenadas al puente, de rubrica romántica, vuestras
compresas manchadas de amor.
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