Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

6 jun 2017

Oquedades


Segundo morlaco del año de las letras hispanas.
Segundo lidiado, de nombre El árbol de la ciencia, de la ganadería de Pío Baroja. Dos orejas. Una faena excelente... aunque, a despecho de granjearme las iras de los monos de este neonato club de lectura olvidado en un rincón del CG, diré que son pocos los libros que decepcionan en los atardeceres dedicados a este sano vicio. Influirá que son seleccionados; fuera la morralla, que no importa el número de lecturas, sino la calidad de las mismas.
La vida de Andrés Hurtado, breve, ha sido dos veces buena. Su pesimismo, la desidia contemplativa que destilan las ágiles hazañas de un tipo avispado que anda perdido en la telaraña del falsario mundo, su añoranza por una revolución liberadora, las diálogos ágiles con la Lulú sarcástica, casi cáustica...
Peripecias, ansiedades y lamentos por miserias que siguen siendo actualidad presente. Hoy, muchas de la ponzoña maldecida por el desganado médico es hilo argumental de los pegadizos estribillos de las canciones de culto que cacarean la mancha humana mejor preparada de la historia de Occidente en los conciertos de paz, amor y refugee welcome.
Hoy... ayer... y siempre, pues el cacareo-sueño ha de chocar una y otra vez contra el rompeolas de la condición humana, más implacable que la ley de la gravedad de Newton.
Pero, como dice Iturrioz del desdichado Schopenhauer madrileño, hay algo de precursor en él, y ese fin último, el siguiente paso en su deriva por el violento afluente alemán de la duda filosófica moderna, se deja ver entre las líneas del pensamiento barojiano; asomando, saludando, va tomando forma el empuje de la voluntad. Ya se muestra a lo lejos, con traje lustroso, negro y rojo, la fuerza que ha de llevar a la erudita Europa a regar de revolución sus calles, refrescar lo viejo con la sangre nueva, todos a una en el postrero intento de convertir la utopía en realidad. La sociedad hermanada, la redistribución del pan nuestro de cada día, la multiplicación del bienestar y el perdón de los crímenes de este buen salvaje pecador... ¡alabado sea!... otro mundo es posible, joven Hurtado, y el Viejo Continente ya baja de la montaña, ya admira el poder de la moral voluble de los hombres, ya cae rendida a los pies del superhombre, amo todopoderoso de la tierra, la materia y la muerte.
Será por zarandeo contra las rocas de, una y otra vez, el rompeolas de la realidad eterna.
Traerá guerras civiles, urnas de cartón, dictaduras y totalitarismo... y, detrás, la resistencia.
Porque al final, Andrés, todo se reduce a resistir.
Resistir... y torear.

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Ahora, Calderón de la Barca. La vida es sueño.... y los sueños, sueños son.

1 comentario:

Tellagorri dijo...

Para Azorín esta novela resume mejor que ninguna el espíritu de Baroja. Y efectivamente: sus principios filosóficos y sociales, la reacción frente a la miseria y el dolor, y los elementos autobiográficos hacen de esta obra muestra privilegiada del mundo del autor.

Médico, como Baroja, el protagonista de El árbol de la ciencia asiste impotente a los desafueros de una socidad mezquina y envilecida. Entre el determinismo fisiológico y la rebelión moral hay la búsqueda de un camino propio.

Esta obra tiene un contraste bastante grande entre el estilo y el fondo. A mi juicio, el estilo es bastante austero en palabras pero con una exactitud en lo que se quiere contar que define bastante la forma de escribir de Baroja. Sin embargo el mensaje o el fondo son de una profundidad pasmosa. Pocas veces se ha criticado la sociedad española de su tiempo y si me apuran de la actualidad con tal fiereza y sobre todo con tal claridad intelectual. Las conversaciones del protagonista con su tío y con Lulú son para enmarcar y sus vivencias en la España rural y en los diferentes ambientes del Madrid de finales del siglo XIX bastante clarividentes. En definitiva un libro para leer despacio intentando degustar tanto las reflexiones filosóficas como sentimentales del autor o de su protagonista que en definitiva son la misma persona.